Testimonio personal del secuestro por el MRTA en la residencia del embajador del Japón
Dante Córdova Blanco
16/04/2024
administrador
Cultura y negociación
“La vida no es la que vivimos, sino como la recordamos para contarla”.
García Márquez
Hoy 22 de abril del 2024 se cumplen 27 años de la operación Chavín de Huantar mediante la cual 140 valerosos comandos de nuestras Fuerzas Armadas rescataron de la residencia del embajador del Japón a 72 rehenes que habían sido secuestrados por delincuentes terroristas del MRTA un 17 de diciembre del 1996 y durante 126 días (4 meses y 6 días). Fuimos liberados el 22 de abril de 1997.
Quienes fuimos víctimas de dicho secuestro guardamos una eterna gratitud a los oficiales del ejército, marina y aviación que expusieron sus vidas con un increíble desprendimiento y valor para liberarnos. El operativo militar del rescate marcó el final del MRTA y con ello las acciones terroristas.
Una situación de secuestro como la que vivimos con mis compañeros de cautiverio, tiene obviamente muchos efectos, uno de ellos es mantener enlazados el pasado con el presente. El propósito de ello, no es perennizar el pasado doloroso y dramático, sino más bien clarificar y recordar, en el presente y para el futuro, los compromisos que se asume en los momentos de adversidad y al mismo tiempo aspirar a que la sociedad y la clase política aprendan las lecciones que dejan sucesos tan dramáticos como la toma de la residencia del embajador del Japón por el MRTA.
Una visión retrospectiva me permite analizar con mayor objetividad y sin apasionamientos las diferentes aristas que tuvo el secuestro. En una experiencia como la que he vivido, es importante y necesario alejarse de lo episódico, para centrarnos en el por qué fue, y eso ciertamente genera muchas reflexiones e interrogantes.
Visualizo tres planos claramente diferenciados pero íntimamente unidos: el plano político, el social y de la conducta humana.
El plano político me deja una desazón, en tanto que hemos sido testigos de cómo Alberto Fujimori, Montesinos y Hermoza Ríos intentaban ganarse la autoría del rescate, para su propio interés político, expropiando dicha autoría a los verdaderos autores, que fueron los valerosos oficiales de nuestra Fuerza Armada y el grupo de oficiales de Inteligencia de la Policía Nacional.El Lamentable comportamiento de Fujmori durante el secuestro es motivo de otro artículo.
El plano social lo vinculo a interrogantes como ¿por qué la mayoría de los jóvenes del MRTA que tomaron la residencia apenas tenían instrucción primaria? ¿Por qué la persistencia de niveles inaceptables de pobreza en nuestro Perú ?. Igualmente lo vinculo a la negación de la violencia, a la negación del terrorismo como método político.
Cada uno de nosotros tiene grandes tareas que cumplir. Sin embargo, es indispensable pasar de la actitud contemplativa a un compromiso activo con la paz y a la búsqueda del bienestar social para los más pobres. Tenemos que reafirmar que es una obligación moral ser solidarios con los más pobres de nuestra patria.
Contribuir a generar una cultura de paz en reemplazo de una cultura de la violencia es una exigencia perentoria. La paz es un eje central, es un elemento que une. Generalmente los peruanos discutimos mucho sobre los que nos divide y no enfatizamos en aquello que nos une; ciertamente el anhelo de paz es uno de ellos.
A los peruanos no nos debe quedar ninguna duda que sin paz no es posible impulsar el desarrollo nacional, mantener una democracia duradera ni el ejercicio pleno de todos los derechos y deberes humanos. En este plano nos queda claro que un Estado que no implementa políticas públicas de orden social como la educación de calidad y la salud en zonas o sectores más deprimidos económica y socialmente puede crear condiciones para la aparición de grupos violentistas. Si hubiéramos tenido escuelas que brinden educación de calidad y que formen ciudadanos con valores, seguramente muchos de los jóvenes que participaron en el secuestro no se hubieran enrolado en el MRTA.
El plano de la conducta humana.-
En el presente artículo expongo, a manera de testimonio y desde mi perspectiva estrictamente personal, algunas reflexiones referidas al plano de la conducta humana.
El plano de la conducta humana nos vincula, como seres humanos, al amor de la familia, a la fraternidad de los amigos, a la revalorización de la vida y a la reacción del ser humano frente a situaciones límites como la muerte
El eje de vivir un secuestro es la toma de conciencia de la posibilidad real de morir, que a su vez, nos lleva a una reflexión muy profunda de nuestra vida. Percibo dos aspectos centrales: la defensa de la dignidad y las ganas de vivir.
La privación de la libertad de un ser humano, tal como ocurrió en nuestro caso, es un golpe al núcleo de la dignidad humana. Privar la libertad a través de un secuestro es generadora de una violencia permanentemente. Significa también la carencia absoluta de poder, que produce una sensación realmente extraña. Por este motivo, los momentos de silencio y reflexión, son momentos de escape. En ese contexto, conversar día a día y durante cuatro meses consigo mismo, con nuestra propia intimidad, el mantener un coloquio contigo mismo, promueve una serie de conclusiones y compromisos. Es una especie de reconciliación con uno mismo que proporciona mucha paz interior. En estas circunstancias, cuando el ser humano se confiesa consigo mismo, normalmente se absuelve y queda fortalecido espiritualmente para seguir defendiendo su dignidad y para lo que venga.
Las ganas de vivir siempre estuvieron presentes, porque sabía que había una familia y amigos que esperaban mi retorno. Me esperaba el amor de la familia y el cariño de los amigos. Por ello, salir vivo de una circunstancia de adversidad como la que he vivido me hace sentir privilegiado, porque muchos en circunstancias similares no regresaron; ese mismo hecho, me hace comprender que el gran peso de la muerte no es tanto la ausencia física del que se fue, sino lo que se dejó de decir y lo que se dejó de hacer. Yo tuve el privilegio de regresar y tener la oportunidad de decir lo que no dije y de hacer lo que no hice.
Obviamente, estás reflexiones nos inclinan a contraer profundos compromisos, siendo el más importante el de ser consecuentes con nuestra propia reflexión.
Por otro lado, la adversidad que he vivido me lleva a una serie de conclusiones, como aquella, que lo impredecible está en cada minuto de nuestras vidas, es decir, podemos salir de nuestras casas u oficinas hoy y tal vez no regresar nunca más. Por eso, es indispensable reafirmar día a día la importancia de la vida, revalorar la vida, porque sólo en vida podemos decir “te quiero”. Ello significa que no existe nada superior a la vida de un ser humano. Personalmente discrepo con quienes señalan que el Estado está por encima del individuo y que por lo tanto se puede matar o sacrificar vidas humanas por el Estado o que el Estado es una razón superior.
La incertidumbre es otro de los elementos en la que estábamos envueltos. Era el enemigo permanente. La incertidumbre consume al ser humano que se encuentra en situación límite, porque era terrible no saber si salíamos vivos o muertos. Es una especie de agonía mental por lo irracional de toda la situación por la que pasábamos. Hay un peligro constante de pérdida de fe, pero si enfrentabas adecuadamente la situación, tenías la oportunidad de incrementar y fortalecer la fe en lo que tú creías y en ti mismo.
El día día.-
Nuestro cautiverio estuvo marcado por lo cotidiano, por la rutina. Era indispensable buscar un contrapeso a esa toma de conciencia de que podíamos morir al amanecer, durante la noche, en la mañana o al medio día, porque de lo contrario caíamos fácilmente en la depresión, en el desaliento, en la desesperanza, en la irritabilidad y en la ansiedad. Buscar el contrapeso era la gran tarea, y ello significaba planear para cada hora o cada minuto un conjunto de actividades, porque el tiempo se presentaba como un enemigo. Teníamos que ganarle al tiempo, hacer que el día sea lo más corto posible. No estábamos dispuesto a ser enterrados vivos por el tiempo. Teníamos que realizar alguna actividad. Cualquiera era válida. Hacíamos de todo: ejercicios físicos, leer, escribir, tocar guitarra, contar historias a los hermanos rehenes, etc.
En mi caso particular, escribir significó una especie de terapia. Escribía día a día sobre mis vivencias. las ocurrencias, los sentimientos y los análisis que hacíamos de la situación respecto a la evolución del proceso de negociación entre el gobierno y el MRTA y a la posibilidad latente del rescate militar. Ello resultó una especie de terapia. Era una catarsis que me permitía expresar abierta y libremente mi estado de ánimo. Algunos días criticaba duramente al MRTA, otros días al gobierno, otros días a mí mismo. La acción de escribir, de una u otra forma, era para mí un alivio y me ofrecía la posibilidad real de seguir con el ánimo en alto. El SIN de Montesinos y Fujimori, se negaron a devolverme mis escritos que fueron 10 cuadernos.
Siempre creí que el ánimo no debería decaer porque era parte del esfuerzo por mantener y fortalecer mi dignidad y me permitía emitir señales a los secuestradores, en el sentido de que no me afectaban sus acciones y actitudes permanentemente hostiles, especialmente la amenaza que día a día expresaban diciéndonos, “ solos no nos vamos”, con la que nos hacían saber que si se producía un rescate por la Fuerzas Armadas, antes de morir, matarían primero a los rehenes.
Una actitud relevante fue el humor. El humor constituyó un elemento esencial durante el cautiverio. El humor nunca se debe perder, ni siquiera en los momentos de mayor adversidad. Nos mantenía el ánimo en alto y evitaba la ansiedad. Nos impulsaba a sonreír y contribuía a aumentar nuestras ganas de vivir y constituyó un mecanismo de autodefensa. En estas situaciones, compruebo que es cierto lo que afirma Pablo Quintanilla Perez-Wicht, respecto a que el humor “tiene la capacidad de relativizar las distintas circunstancias de la vida humana, incluso aquellas dolorosas o trágicas”. Es decir, de un lado, “el humor agudo incorpora la capacidad de distanciarse de las circunstancias”... en que estabamos involucrados. Nosotros éramos un grupo con una moral elevada, casi siempre sonreíamos y festejábamos algo; creíamos y asumíamos que esa moral nos mantenía por encima del MRTA. Ciertamente se trataba de eso, de estar por encima de los terroristas secuestradores y nunca sometidos a ellos.
En términos anímicos, percibí tres etapas: Una primera de pánico, luego una de temor y finalmente, una extraña e interesante etapa de serenidad, que denomino “mar calmada”.
Un hecho interesante es que el 22 de abril de 1997, en circunstancias de un rescate mucho más violento - cien veces más violento- que la toma de la residencia , nuestra actitud fue diferente: ya no fue la del pánico inicial, sino la de una gran serenidad. Esto evidencia una gran paradoja que es la que luego de cuatro meses de secuestro, mis compañeros y yo estábamos preparados para morir, a diferencia de los secuestradores que ya no estaban preparados para ello. Yo me preguntaba: ¿cómo es que después de cuatro meses, nosotros estábamos tan serenos y ellos tan nerviosos?, ¿cómo es que nosotros nos sentíamos preparados espiritualmente y ellos tan inestables? Algo estaba pasando. Definitivamente, el proceso anímico que se generó en los rehenes y en los del MRTA fue inverso.
Lo cierto es que quien no ha pasado por una experiencia similar, difícilmente puede concebir los conflictos de la fuerza de voluntad que experimenta un hombre secuestrado. Termino convencido que en un secuestro, la vida interior se enriquece, tal vez como consecuencia de estar en una situación límite y de profundas reflexiones. Si sales vivo de un secuestro, aunque parezca paradójico, éste constituye una oportunidad y un desafío.
La Familia.-
Mi amada esposa y mis adorados hijos jugaron un rol clave en términos de sostenerme emocionalmente y nunca caer. Ellos eran para mi, la razón de vivir. En estas circuntancias, el sostenimiento emocional es vital. Yo tuve la oportunidad de recibir de mi amada esposa Lucy y mis adorados hijos una especie de plataforma emocional, recibienbo su permanente aliento a través de las cartas que recibía de Lucy. Me repetí tantas veces, yo no voy a morir porque mi familia me espera que generó en mí una convicción. Con las cartas de Lucy, además de darme el ánimo de vivir, me generaba una ilusión de volver para abrazar a ella y a mis hijos y decirle a cada uno te quiero. Con las cartas de Lucy, resultó algo extraño, una especie de telepatía, ya que cuando yo le escribía sobre un asunto determinado, antes de recibir mi carta, ella estaba dando respuesta sobre dicho asunto y también a la inversa. Termino creyendo que el amor atraviesa paredes.
Finalmente, no quisiera dejar de mencionar el reencuentro con mi familia, en particular con mi amada Lucy y con mi adorado hijo Diego, en el hospital militar, dos horas después de la liberación. Ese reencuentro constituyó un renacer, donde faltan y al mismo tiempo sobran las palabras para describirlo, ya que la emoción es envuelta por el silencio que, en tales circunstancias, se convierte en el lenguaje del alma.
Por todo lo anterior, es importante mirar el horizonte sin ataduras negativas que el pasado pudiera haber condicionado. Luego de vivir un secuestro, es indispensable mirar el futuro sin rencores ni amarguras, con tolerancia, comprensión, mucho amor y nunca con desesperanza o desaliento.
Termino expresando dos pensamientos: que lo impredecible está en cada minuto de nuestras vidas y que la violencia no conduce a nada salvo a la muerte y a la destrucción.
22/4/2024
Nota.- El suscrito no ejercía ningún cargo público cuando fue secuestrado por el MRTA. Mi presencia en la residencia del embajador de Japón fue por una especial invitación del embajador.